Algunos entenderán su incapacidad , a menudo temporal, de alcanzar un mayor rendimiento, como un verdadero fracaso; nunca se fracasa si se lucha , se trabaja bien y se entrega lo mejor de uno mismo. No probar la miel del éxito es a menudo el mejor antídoto frente a la vanidad que a menudo nos atrapa, y eso bien lo saben muchos triunfadores que tuvieron que recorrer un largo camino previo de aprendizaje, jalonado de fracasos y derrotas.
Aún así, ni siquiera el triunfador estará satisfecho con lo logrado. Los atletas son individuos permanentemente insatisfechos con su status quo, persiguen una utopía de movimientos y formas depuradas que les acerquen a un ideal de perfección. Siguen peleando con el tiempo apremiante, modelando y creando como el artista enfebrecido, compiten periódica y continuamente porque esperan alcanzar ese equilibrio esquivo de lo bien hecho, aguardan el momento mágico en que su organismo y los elementos armonicen para dar el tope de si mismos.
¿Existe ese momento perfecto?? Creemos sinceramente que siempre está por llegar , cuando no se pierde irremediablemente en el bagaje vivencial de una juventud no del todo bien aprovechada. Sea como fuere... ¿Qué atleta no ha alcanzado a veces ese momento mágico de inspiración y éxtasis? Cualquier deportista podría recordar el instante gozoso de consecución de una mejor marca si hablamos de nadadores ó atletas, ó rendimiento ó posición, hablando de un ciclista de ruta ó un triatleta.
Ilustrando todo lo dicho, hablemos del día perfecto. Un antiguo amigo corredor, ya "viejo" y por veterano filósofo, un romántico de cabellos siempre peinados por el viento me lo refería.... nostálgico y ceremonioso, con los ojos reflejando una ilusión aún viva me confesó las sensaciones de un día perfecto y lejano, el día en el que obtuvo su mejor marca en la prueba más larga y extenuante en el estadio, los 10.000 metros lisos.
Refería la paz de todo un día, la cómoda y a la vez desasosegante quietud de la espera y su silencio... luego, ya a la caída de la tarde, su llegada al estadio, con el cielo rojizo, con un misterio por descifrar. En el ambiente, el halo de una tarde abrasada por el sol ya moribundo, que buscaba el horizonte sin premura. De cómo él se iba quedando cada vez más solo, tanto como esperaba y deseaba y la percepción del silencio del mundo que se antojaba paralizado, como si solo existiera en el Orbe la carrera en la que tomaba parte.
Ante él, veinticinco vueltas a una elipse elemental, reveladora. Todo simple, solo que el cielo y el sol tenían matices de inusitada belleza. Las formas de todo lo que le rodeaba resultaban más amables,y la sensación de paz y bienestar le inundaba.
Luego, en carrera, nada fue especialmente distinto a otras veces; sufrió, pero el esfuerzo resultó un lugar cómodo en el que perpetuarse; todo era más fácil, como si la atmósfera fuese menos densa.
Tras unas vueltas finales de máxima intensidad, manos a la cabeza, extremidades etéreas, rostros de alegría y sorpresa alrededor. Bendito momento. En esos instantes, el mundo es un lugar maravilloso y todo es amable y bello. No importa que el sueño luego no llegue esa noche y la madrugada sea eterna; la intensidad de lo vivido y el sello de lo logrado permanecerá en el alma para siempre.
3 comentarios:
El sentimiento se hace prosa.Gracias Pablo.
Jooo Pablo que interesante.
La piel de gallina, LO HE SENTIDO!! Muchas veces!! Que afortunado soy...
Gracias por recordarlo en mi memoria a la perfección.
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